Sierra Madre Oriental
Partiendo de su relieve, Cervantes-Zamora et al., (1990) dividieron a México en 15 provincias fisiográficas, de las cuales cinco corresponden a las principales cadenas montañosas del país, localmente llamadas sierras o cerros, las cuales abarcan 52% del territorio nacional (o 102,913,774 de hectáreas: Sierra Madre Occidental, Sierra Madre Oriental, Sierra Madre del Sur, Sierra Madre de Chiapas y Faja Volcánica Transmexicana.
La Sierra Madre Oriental, ubicada al noreste del país, es una de estas cadenas montañosas que mide aproximadamente 22,015,066 hectáreas, 11% de México continental; una de las regiones orográficas de tipo sedimentario marino más biodiversas del país (Luna, Morrone y Espinosa, 2004)
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Su estructura en la corteza terrestre ha permitido compactar zonas climáticas en pequeñas distancias debido a la elevación que va de los 50 a los 3,720 msnm (Inegi, 1998); el cerro del Potosí, en Nuevo León, es su punto más alto. Se pueden encontrar climas cálidos con ecosistemas tropicales en la base y climas muy fríos con ecosistemas alpinos en la cima de sus cerros, todo ello en poca distancia, esto da como resultado un espacio con biotas mixtas: las cimas frías de afinidades neárticas, las bajas de afinidades neotropicales y las intermedias una rica mezcla de ambas.
Condiciones climáticas tan dispares en áreas tan pequeñas generaron subdivisiones o cinturones altitudinales que han hecho que convivan estrechamente varios ecosistemas, lo cual propicia zonas de transición en donde hay un flujo más intenso de especies y energía que en vastas zonas planas donde predomina un solo ecosistema.
La Sierra Madre Oriental funge como barrera que atrapa la humedad proveniente del Golfo de México y restringe su paso al otro lado, fomentando, a través del efecto llamado “sombra orográfica”, que sobre el lado lluvioso se desarrollen ecosistemas tropicales y templados adaptados a condiciones de humedad, mientras que del otro lado haya ecosistemas áridos adaptados a prolongados periodos sin lluvia (Rzedowski, 1978).
Es un área de geología compleja, cuya roca madre ha estado proclive a condiciones de intemperie, creando una variada edafología, un intrincado relieve y una amplia variedad de geoformas (Padilla y Sánchez, 1986) como cañones, laderas, cimas, mesetas, cañadas, sótanos y cavernas que a su vez se traducen en múltiples condiciones de insolación, humedad, umbría y escurrimientos, los cuales sirven de refugio para la biota.
Cada sierra que conforma el macizo montañoso podría servir de isla con condiciones climáticas estables, cinturones altitudinales y biomas específicos formando corredores a manera de archipiélagos en un “mar” de tierras bajas como sucede con las llamadas “sky islands” (McCormack, Huang y Knowles, 2009) en Coahuila, Durango, Zacatecas y Nuevo León.
Aunque no es una cualidad inherente a la sierra, la colonización humana ha colaborado a disminuir o aumentar la biodiversidad. En algunos casos el terreno es tan accidentado que limita las actividades humanas, conservando así la biodiversidad, en algunos otros, las culturas humanas han bordado una estrecha relación con los ecosistemas y a través de la domesticación de plantas se ha generado una amplia agrodiversidad (Valle, Prieto y Urrilla, 2012).